Conocer la Conciencia para transferir el Yo
- Alberto Terrer
- 9 dic 2023
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 11 mar 2024
Porque la clave de la tranferencia de un Yo sería, sin duda, la Conciencia.
Por norma general, la ciencia parte de la base de que el Universo existió desde el primer instante y la vida, con la Conciencia, surgió en él en un momento determinado.
Si ese fuera el caso, obviamente, la vida y la Conciencia se podrían replicar porque sería una cuestión de estructuras.
Una vez diéramos con la estructura atómica adecuada, podríamos crear Conciencia.
Es importante entender lo que es la Conciencia. O, al menos, lo que significa para mí la Conciencia.
Cualquier organismo vivo posee una voluntad. Ante un número determinado de posibilidades, escoge la que desea, violando para ello las normas físicas del Universo que habita.
Por ejemplo, cualquier estructura que sea empujada desde la izquierda, se dirigirá hacia la derecha hasta que la fuerza que le dio impulso desapareciera debido al resto de fuerzas que actúa sobre ella.
Si empujamos una pelota con el pie, esta avanzará hasta que se detenga debido a la inercia, el viento, etc…
Pero una bacteria que se empujase desde la izquierda, podría detener su movimiento o cambiar la trayectoria a voluntad.
Posee una capacidad de comprender su entorno y actuar en consecuencia, tomando decisiones todo el tiempo. Lo hace una bacteria, lo hace una planta y lo hace un humano.
Eso que es capaz de comprender el entorno y actuar en consecuencia es la Conciencia. Podríamos resumirlo diciendo que hay alguien dentro de ese cuerpo.
La muerte no es la destrucción del cuerpo, si no la desaparición de esa Conciencia en ese cuerpo.
Bien, si la Conciencia surge de manera espontánea en el Universo, debería poder detectarse y replicarse.
En este caso, crear una réplica artificial de un cuerpo biológico, para luego insuflarle Conciencia y volcar en esa réplica el Yo de un individuo, sería algo factible.
Incluso en un formato virtual, sin que hubiera una forma física que definiera su cuerpo.
Una vez supiéramos qué es la Conciencia, cómo se crea y cómo se mantiene, el resto sería solo una cuestión de crear el soporte adecuado y cargar en dicho soporte el Yo que deseásemos.
Esto sería así siempre que la Conciencia sea una consecuencia del Universo.
Pero si, en vez de eso, pensásemos que el Universo es causa de la Conciencia, entonces deberíamos cambiar el enfoque totalmente.
En este supuesto, no tendríamos manera de comprender, realmente, qué es la Conciencia, porque sería previa al Universo, intangible, no medible, incognoscible en su totalidad.
Lo único que podríamos conocer sobre la Conciencia sería todo lo resultante de la propia experiencia. Es decir, sabemos lo que es la Conciencia porque la experimentamos. Somos eso.
Pero debemos preguntarnos si esta es una posibilidad real o es pura dialéctica.
La cuestión es que, hasta la fecha, todo lo que conocemos sobre la Conciencia proviene de la experiencia de quienes la han investigado. No la han hallado en ningún lugar, ni la pueden replicar.
Pero desde la propia experiencia podemos conocer muchísimo sobre ella. Más bien, podemos deducir las características de la Conciencia.
Por ejemplo ¿Cómo funciona?
Cómo funciona, realmente, la Conciencia.
La Conciencia, aquello que permite a una estructura estar viva, interactuar con el entorno, comprenderlo y llevar a cabo acciones para mantenerse viva en el tiempo, posee una continuidad.
No se detiene en ningún momento. Bueno sí, pero eso es lo que conocemos como la muerte.
El problema de la Conciencia es que genera experiencias subjetivas e individuales. Por tanto, no podemos conocer la muerte sin experimentarla.
Pero para qué querríamos conocer la muerte, lo que se esconde tras ella. Pues, básicamente, para saber qué sucede con la Conciencia cuando el cuerpo físico muere.
Porque, quizá, de esta manera podríamos llegar a saber dónde se aloja, de donde proviene, por qué se manifiesta en cada ser vivo que nace de otro ser vivo, pero no aparece de manera espontánea a nuestro alrededor.
La Conciencia mantiene una continuidad y no se desconecta. Estamos despiertos, imaginamos, recordamos, dormimos… y entre todos estos estados no existen interrupciones. No hay un momento en el que hayamos dejado de existir.
Bien, matizo esto último. Más bien, no hay un momento en el que la Conciencia haya dejado de manifestarse, porque no siempre el Yo permanece junto a ella.
Es lo que sucede, por ejemplo, al soñar. Podemos actuar como si no existieran ciertas condiciones de nuestra vida “real” y tener comportamientos adaptados a esa nueva circunstancia.
En algún sueño, podemos estar con una pareja del pasado, sin saber que ya no está en nuestra vida. Pero actuaremos creyendo en lo que soñamos.
Esto implica que el Yo que somos, esa mezcla de recuerdos y creencias que nos define, que da continuidad a nuestra Identidad, no es intrínseco a la Conciencia.
Perfectamente podemos soñar que somos astronautas y que orbitamos alrededor de la tierra. Ese será un nuevo Yo que, quizá, se pregunte cómo ha llegado hasta ahí sin recordar los pasos previos.
Pero formará un nuevo Yo, adaptado a sus circunstancias.
El Yo, la Identidad, sería una información en forma de archivos de memoria. Si se cargan en la Conciencia, entonces seremos el mismo Yo. Si desaparecen algunos de ellos, seremos una versión diferente de ese Yo.
Es lo mismo que sucede a quien sufre amnesia. Básicamente, la Conciencia accederá a unos archivos que crearán el nuevo Yo. Si no hay archivos, entonces será como un nuevo nacimiento.
Conocer el misterio de la Conciencia es la clave para la transferencia del Yo para evitar su aniquilación.
Entender el origen y sus características implica comprender el medio en el que se forma el Yo y cómo otorgarle la eternidad.
Estoy seguro de que la Conciencia es mucho más que una serie de reacciones químicas. Creo que toda forma de vida es Conciencia y que tiene un origen previo a la creación del universo y la aparición de las formas físicas.
Creo que la Conciencia tiene un origen: La Presencia.
Así, creo que en el origen existía una Presencia (le llamo Autopercepción) y que esta comenzó a percibir generando la Conciencia y el Universo.
La Conciencia es la experiencia de la Presencia mantenida en el tiempo. Y, es posible, como consecuencia de la Autorreferencia, que es la creación de un Yo, diferente del Entorno que percibe.
La Conciencia es el sustrato donde sucede la experiencia y, por tanto, la experiencia existe como algo similar a un pensamiento de la Conciencia.
Indagando en el pensamiento no podemos llegar al experimentador, como durante un sueño no podemos acceder al soñador.
Pero que no podamos acceder a la Conciencia no significa que no podamos comprenderla por deducción y que no podamos transferir un Yo.
Aunque, tampoco significa que sí que podamos hacerlo. Transferir un Yo no es algo sencillo y, quizá, tampoco sea posible.
No obstante, si fuera posible hacerlo, sería necesario crear una estructura con Conciencia y que el Yo pudiera ensamblarse en ella.
De manera que la Conciencia, al cargar el archivo de memoria del Yo, fuera de nuevo ese Yo. Tanto los pensamientos, como las reacciones biológicas de esos pensamientos, deberían coincidir.
El Yo es un entresijo de pensamientos, emociones y sensaciones. Si la estructura viva no fuera idéntica a la original de la que provenía el Yo, obtendríamos un Yo diferente. Quizá muy parecido al anterior, pero no sería el mismo.
Porque el Yo no es un valor fijo, sino variable y acumulativo. Es una historia que nos contamos todo el tiempo. Si no somos capaces de contárnosla, entonces dejaremos de ser el mismo Yo.
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