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Prólogo

 


Un mensaje llegó a su teléfono móvil. En él decía, simplemente: “Por favor, coja el taxi que le espera en la puerta”. Pensó durante un instante. Era demasiad pronto, ¿o no? Apartó la cortina de la ventana con los dedos, lo suficiente para ver un taxi autónomo negro que esperaba en una parada junto al portal del edificio. Era una mañana fría de un Lunes de Octubre y la gente caminaba abrigada en el exterior. Aquello podía tratarse de una simple coincidencia, pero quizá no. Quizá, todo comenzaba en ese mismo instante.
Subió al vehículo y, dos manzanas después, se detenía frente a una nave abandonada que había sido un concesionario de coches años atrás. 
-    A.T: ¿Es aquí?
-    S.I: Sí. El pasaje está pagado ya. Que tenga un buen día.
No lo pensó demasiado, ni le embargó ninguna sensación de congoja ante esa situación inesperada. Había estado en esa nave hacía algunos años, cuando el negocio estaba aún activo. A parte de los nervios que cualquiera sentiría en una situación así, avanzó sin miedo porque presentía que se trataba de algo importante para él.
La puerta cedió con un leve chirrido. Era una nave diáfana de suelo frío, pero la calefacción estaba conectada. El interior estaba oscuro, salvo una pequeña luz que procedía de un despacho situado al fondo. 
Se dirigió hacia allí con pasos inseguros.
-    A.T: ¿Hola?
-    S.I: Sí, por aquí. Entra, por favor.
La voz dulce de una mujer le transmitió cierta tranquilidad. Se acercó, pero en el interior no había nadie. Solo la luz de una bombilla que colgaba del techo y un extraño aparato en medio de una mesa de escritorio vacía. El aparato emitió una extraña luz y, frente a él, apareció la silueta de una mujer vestida con traje formal gris. No más mayor que él, de poco menos de cuarenta años. Un holograma muy verosímil, tanto que se sintió fascinado contemplándolo durante unos segundos.
 

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